Discurs de Arturo San Agustín amb motiu de l'acte de lliurament dels Guardons de Ramblista d'Honor
24 d'octubre de 2016
Ilustríssimes autoritats, amics, enemics, Bona tarda, buenas tardes a todos.
Y gracias a Amics de la Rambla por invitarme a este acto que todos los barceloneses a quienes importa la Rambla celebramos.
Confieso que sospechaba que la excelentísima señora doña Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, había dado orden de no dejarme entrar en su ayuntamiento. Tal vez, pues, ha sido la Rambla la que ha hecho posible que ahora me encuentre aquí, entre ustedes. O a que, con tantas visitas a la ONU, a la señora alcaldesa se le olvidó ordenar a algún propio que me prohibieran la entrada a su ayuntamiento.
Permítanme principiar diciendo que la Rambla es el único espacio urbano barcelonés que nos permite a los peatones barceloneses pasear sin temor a acabar en un hospital por gentileza de algún ciclista, esa especie urbana excesivamente protegida, muchos de cuyos ejemplares abusan diariamente de esa protección. Hablo, claro, de la Rambla durante el día, porque por la noche la Rambla es otra cosa. Pero de eso hablaré después.
La Rambla, es un paseo transitado por 120 millones de ciudadanos anualmente. Quizá sólo son 100 millones, de ahí no bajo, pero si los partidos políticos independentistas acostumbran a añadir 500.000 personas o un millón al número real de asistentes a uno de sus actos públicos, yo no voy a ser menos. Sobre todo cuando hablo de la Rambla. Que conste, pues, en acta: son 120 millones los ciudadanos que transitan la Rambla anualmente.
Como dice cierta canción francesa: “Lo importante es la rosa”. Ahora ya sabemos que esa canción estaba inspirada en el libro ‘El pequeño príncipe’ de Antoine de Saint Exupery y que la rosa que aparece en su libro era Consuelo, su esposa. Pero yo hablo aquí de la rosa, de la flor, porque sé que el deseo de Fermín Villar, presidente de los Amics de la Rambla, es que la flor regrese masivamente a la Rambla. La flor como centro de la Rambla. Lo importante es la flor. Lo importante es la rosa.
Estoy convencido de que todos ustedes saben que la rosa es símbolo de finalidad, de logro absoluto, de perfección. Y que sus simbolismos, así nos lo enseñó Juan Eduardo Cirlot, derivan de su color y del número de sus pétalos. En la rosa blanca y la roja los estudiosos de la alquimia creen ver ciertas cosas. La rosa azul --que ahora es ya posible-- es símbolo de lo imposible. La de oro es símbolo de la realización absoluta. La de siete pétalos alude al orden septenario, ya saben, siete días de la semana, etcétera. Y la rosa de ocho pétalos simboliza la regeneración.
La flor favorita de los trovadores era el alhelí. La camelia simbolizaba a las mujeres a quienes aburre el amor, una opinión, si se me permite, un poco machista para estos tiempos nuestros. El heliotropo simbolizaba el amor sin pausa, sin descanso. Algo que se me antoja agotador si por amor entendemos lo que ahora llamamos amor y que quizá sea otra cosa más parecida a la gimnasia sexual.
Ya en épocas antiguas, épocas sin duda idealizadas de griegos y romanos, las flores presidían sus fiestas. Tal vez ellos sabían lo que nosotros nunca hemos sabido o ya hemos olvidado: que la flor, eso tan delicado, simboliza nuestros mejores anhelos.
Que vuelva, pues, la flor a la Rambla, al centro de la Rambla y que desaparezcan esos helados, gofres y tristes ‘souvenirs’ que han sustituido a los pájaros y otros animales que ahora, algunos, llaman mascotas. Tampoco en la Rambla se ha de aceptar la competencia desleal. Que vuelva la flor a la Rambla, pero que la vendan las floristas, no otras gentes furtivas. Como no estoy --nunca he estado-- al servicio de ningún partido político puedo decir aquí y ahora que, a diferencia de otros pregoneros, yo no elogio la alfombra roja, pero tampoco idealizo la manta. Y ya saben a qué me refiero. Afirmar que en Barcelona no ha habido colectivo más conflictivo y difícil que el que forman los llamados manteros no es xenofobia. Simplemente es decir la verdad. Como alguna vez ha dicho el presidente d’Amics de la Rambla: “Liberar espacio público para que sea ocupado ilegalmente es un insulto a la ciudadanía, un agravio.” Yo opino lo mismo: el espacio público es de todos y su conquista ha sido un logro social que ha costado muchos años. Por eso hemos de defenderlo frente a algunas demagogias y populismos oficiales que siguen confundiendo la acción de gobierno con el activismo político y que los medios de comunicación amplifican tan generosa como inconscientemente.
La Rambla. Las Ramblas decíamos cuando yo, de niño, porque incluso yo fui niño, bajaba nervioso pensando en que iba a embarcarme en una golondrina a bordo de la cual cruzaríamos el puerto hasta llegar al rompeolas y el faro.
La Rambla. Las Ramblas. Y las Golondrinas, que un amigo mío siempre llamaba ‘logondrinas’. “A ver. ¿Palabras que empiecen por ele?” Y aquel amigo decía ‘logondrina’. “Como las que vuelan y las del puerto”. ‘Logondrinas’.
Hace unos días, cenando en París con un embajador y con alguien del que siempre se ha dicho, sobre todo en Roma, que trabajó en su día para los servicios de inteligencia de su país de adopción, hablamos de algo muy propio: el último libro publicado de John Le Carré. Pero también de Barcelona. Mejor dicho, de la Rambla. El padre de ese individuo, del que siempre se ha dicho que trabajó para los servicios de inteligencia de su país de adopción, nació en Barcelona y siempre sintió nostalgia de su Rambla, que entonces aún no sabía de estatuas vivientes y ebrios ‘hooligans’ del fútbol escaladores de farolas.
Aquella noche parisina, el individuo que nos ocupa, más alto que bajo y más observador que hablador, me sorprendió con una pregunta que, francamente, no esperaba. Y mucho menos en aquella situación. La pregunta, hablo muy en serio, fue la siguiente: “¿Qué significa realmente la expresión ‘La Rambla fa baixada’?” Reconozco que al principio pensé que se trataba de una broma, pero no, aquel individuo hablaba muy en serio. Pensé, pues, en llamar por teléfono a mi querido Lluís Permanyer para consultarle, pero la hora no lo aconsejaba. De modo que me limité a decir que, según recordaba haber leído en su día, la expresión ‘La Rambla fa baixada’ la acuñaron los forasteros, catalanes o no, que llegaban a Barcelona y decidían que se tenía que acceder a la Rambla por la Plaza de Catalunya y luego ir descendiendo por ella hasta llegar al puerto. Nada, pues, de crípticos mensajes anarquistas.
Aquel gordo genial, reidor y culto, dueño de una gran papada, que tenía los ojos saltones, ojos de gran batracio, aquel Néstor Luján que amaba a los gatos siameses, tituló precisamente así una de sus novelas: ‘La Rambla fa baixada’. Novela que nos cuenta unos tiempos barceloneses revueltos, sin duda idealizados, en cuyas Ramblas pasaba casi todo. Ramblas con boxeadores como Kid Chocolate. Ramblas con saxofonistas como Lázaro Quintero. Y Ramblas con filósofos singulares como Francesc o Paco Pujol, que casi siempre perdía el último tren que salía hacia Martorell. Ramblas de floristas, tangos y poetas como Josep Maria de Sagarra, Josep Carner o Federico García Lorca. Ramblas de tipógrafos, periodistas, actrices, kioscos, burgueses, obreros, putas, deliciosas ‘cassoulets’ a media noche, ‘pollastro allo spiedo’, etcétera. Ramblas, pues, de restaurantes, hoteles, bares, plátanos, sombreros, gorras, academias de danza, sedes centrales de partidos políticos y el CADCI, que era el Centre Autonomomista de Dependents del Comerç i de la Indústria. Nuestro genial Gordo, Néstor Luján, habla de aquellos tiempos en su novela y concluye diciendo: “La Rambla era important no tan sols perquè fes baixada. Quan es té una Rambla frenètica de llibertat i la gent se sent important i l’esdevenidor segur, qualsevol cosa paga la pena de ser arriscada, encara que sigui la vida, que normalmente tractem de conservar; i sovint la malbaratem amb un menyspreu magnífic i liberal.”
La Rambla. Creo que la Rambla es siempre sincera y precisamente por eso, a veces, no nos gusta. Me refiero a algunos barceloneses, porque a los foráneos rubios y acervezados y a los nuevos barceloneses con barba musulmana o sin ella les encanta. Si digo que creo que la Rambla es siempre sincera y por eso, a veces, no nos gusta a algunos barceloneses es porque en ella, la Rambla, está el mundo. Siempre lo ha estado, pero ahora lo está mucho más. No es, pues, en la ONU donde se ve la realidad del mundo, de este mundo que ha trastornado la llamada globalización, sino en la Rambla. Y eso habría que decírselo a su nuevo y próximo secretario general, que es portugués. Quizá ya se lo ha dicho la Excelentísima Señora Doña Ada Colau, alcaldesa de Barcelona.
Creo que la Rambla, como todos los lugares idealizados, solemos confundirla con nuestra juventud. Y eso es así, pero no solemos admitirlo. Cada cual tiene su Rambla. La mía, por ejemplo, es aquella por la que descendía para embarcarme en una golondrina y por la que, después de merendar en el rompeolas, junto al faro, en cierto restaurante o chiringuito, subía presumiendo del pobre cangrejo de mar que colgaba de una pequeña caña de pescar, cangrejos aquellos que no pescábamos, que nos compraban.
También tengo otra Rambla, que es sólo un rato de cine. Me refiero a aquella secuencia en la que el bailarín Antonio Gades, perfil de navaja gitana, taconeaba, siempre muy vertical, en el centro de la Rambla, de noche, mientras dos trabajadores del servicio de limpieza municipal convertían en escenografía los chorros de agua que salían de sus respectivas mangueras. Hablo de la película ‘Los Tarantos’, dirigida por Rovira Beleta.
Mi Rambla joven, la del Dry Martini en Boadas, es aquella que algunos --incluso astutos o ingenuos hijos del barrio promocionados por ciertos burgueses con mala conciencia-- aún siguen definiendo como ‘canalla’, expresión que nunca me ha gustado porque lo ‘canalla’ siempre ha sido invento y divertimento de personas resentidas --hijos del barrio incluidos-- y de señoritos, de burgueses, que van a buscar a otro barrio lo que no tienen ni quieren tener en el suyo. El barrio, todos los barrios, también la Rambla, han de ser, primero, habitados por los suyos y, luego, además, si se tercia, si es posible, vividos y utilizados por los demás. Por eso aplaudo que Fermín Villar, presidente de Amics de la Rambla, se haya fijado como uno de sus objetivos principales convertir la Rambla en el quinto barrio de Ciutat Vella. Barrio y no espectáculo desorejado, despendolado y agrio.
Creo que los barceloneses, muchos, nunca hemos valorado a los verdaderos comerciantes de la Rambla que son los únicos capaces de convertir nuevamente ese paseo, que fue casi iniciático, en el que a algunos, muchos, nos gustaría que fuera, que volviera a ser. Pero a los llamados intelectuales, periodistas y fotógrafos nos atrae más o prestamos mucha más atención a lo estrafalario y a los restos de ciertos naufragios humanos que a los verdaderos comerciantes, hoteleros, restauradores, etcétera. A los intelectuales y periodistas nos atraen más los tipos como aquel a quien llamaban el Vigilant, por ejemplo, porque, llegado el momento, decía a los paseantes que se dieran prisa porque iba a cerrar la Rambla con una llave que llevaba en la mano pero que sólo él veía. El Vigilant y también don Bartolo, que era un perro, pero filarmónico.Y el viejo y redondo Garibaldi propietario de una rítmica pata de palo, una barba amarillenta y un organillo napolitano. Y el ciego que recitaba y vendía unos folletos en los que se podía leer el romance de La Fiera Malvada. “Relación del horroroso caso que sucedió en el país de Jerusalén y de los estragos que hizo una fiera llamada Animal Silvestre cuya forma era como la que aparece en la presente lámina, fiera por la cual toda la gente estaba atemorizada al ver que se perdían o desaparecían muchas personas y toda clase de animales.” Garibaldi, la Monyos, los adoquines revolucionarios, la lotería el día del sorteo del Gordo de Navidad, la bomba Orsini en el Liceu, las farolas de Gaudí con las serpientes de Mercurio,Francesc Català Roca tomando una foto con abrigo y pitillo al poeta Josep Maria de Sagarra mientras éste lee o finge leer las portadas de algunas revistas en un quiosco de diarios, Christa Leem desnudándose en el escenario y un joven con mochila que lleva una pancarta en la que se lee la siguiente pregunta: ‘¿La presencia de barceloneses en Barcelona es un inconveniente para el turismo?’
La Rambla, ya saben, siempre ha sido torrente. En su origen lo fue de agua de lluvias y tormentas y luego lo fue de personas. Pero ahora, los barceloneses, algunos barceloneses, no quieren formar parte de ese torrente y quizá tienen razón. Yo creo que la Rambla se puede recuperar, que se está ya recuperando, pero no se puede imitar. Y eso es algo que quizá no valoramos. La Rambla es una cosa única. Lo digo porque cierto alcalde de Atlanta le pidió dos veces a Enric Pantaleoni que le montara una Rambla en su ciudad, en Atlanta. Creo haber escrito que la Rambla, que fue calesa, berlina y birlocha, fue también balcón, desde uno de los cuales el danés Andersen, el de los cuentos, presenció una riada que arrastraba todo hacia la mar. También fue cúpulas, desde una de las cuales, George Orwell disparó unos cuantos tiros cuando la guerra nuestra. Los tiros en casa ajena con sus muertos también ajenos siempre acaban siendo rentables si uno se dedica a escribir o a fotografiar. A esos tiros en casa ajena, a esos muertos también ajenos, pese a las proclamas, pancartas y consignas políticas, solemos llamarlos en voz baja ‘aventura’ y en voz alta, ‘solidaridad’ o ‘fraternidad’.
Mercado y ópera. Y limpiabotas. Y toreros. Y orates. Y ciudadanos sentados observando el mundo y el mundo subiendo o bajando por la Rambla. La Rambla fue la Cireretes, dama delicada que abusaba de esa fruta para engalanarse. Y el memorialista Vilagrasa, que era experto en escribir cartas de amor. Y el ciego Antonet con su violín. Y el Coixet de Cal Padre. Y el dentista Molines. Y el Inventor del Tabaco.
La Rambla fue también convento, muchos conventos y patíbulos, horcas que conocieron incluso un exconseller de la Generalitat, Joan de Llobera y el fraile Bartomeu Polo, acusados ambos de practicar la sodomía. Patíbulos, frailes, huertas, tratantes de ganado y pastores de cabras que pasaban con sus rebaños junto al Palau Moja. Y es en el ganado donde algunos creen ver por qué la Rambla se llama Rambla, con permiso de los árabes. En Cataluña, a los tratantes de ganado se les llamaba ‘ramblers.’ La Rambla, que es sobre todo, lo primero, la gente, las personas, los ahora sufridos y despreciados peatones, es el dragón chino de la casa Bruno Quadros, que ahora se me antoja no un reclamo publicitario de otros tiempos sino una profecía. Y la Rambla sigue siendo la flor, las flores. Flores cantadas por Federico García Lorca meses antes de que lo fusilaran en Granada. Cuando los poetas se entusiasman suelen exagerarlo casi todo, pero la vida es también exageración. Porque todo esto era para Lorca la Rambla: “La calle más alegre del mundo. La calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año.La única calle de la tierra que yo desearía que no se acaba nunca, rica en sonidos, abundante en brisas, hermosa de encuentros y antigua de sangre.” Flores de la legendaria Carolina. Flores de Carme Romero, que, eso creo, está aquí presente.
Más flores, Amics de La Rambla, necesitamos más flores y floristas y menos heladerías y vendedores de plásticos infames en el centro de ese paseo. Y más vigilancia en las noches de los lateros y otras especialidades más peligrosas. Porque, según me dijo hace unos días una anciana que vive en la Rambla, pese al esfuerzo de los guardias, “En la Rambla, de noche, impera la ley de la selva.” En realidad, en la selva todos sus habitantes respetan sus propias leyes.
Permítanme acabar intentando describir una imagen que siempre que bajo por la Rambla acude puntual a mi memoria. Una imagen que pudimos admirar en un documental de televisión dedicado a la Rambla. Hablo aquí del amigo y colega Lluís Permanyer, que, en un momento de ese documental, caminadándole el brazo a Mónica, prostituta parlera, minifaldera, ataconada y exagerada de rímel y sombra de ojos. Mónica, criatura de Fellini, también conocida en sus mejores años como ‘La Reina de la Rambla’. Lluís, quien, como dice la canción, es un caballero de fina estampa y bigote imperial probablemente austrohúngaro y Mónica, que es o era --hace tiempo que no la veo-- un prodigio de rebosantes carnes, minifalda ceñida y pirotecnia capilar teñida de rubio, rematada con una corona de Cenicienta, son quizá una de las muchas imágenes de la Rambla de siempre.Una imagen imposible que en la Rambla siempre ha sido posible. La cosa venía a ser como ‘Pretty Woman’. Mayormente por Lluís Permanyer, dicho sea sin ánimo de ofender o despreciar la exuberancia física, carnal y oral de Mónica.
Todos los alcaldes de Barcelona dicen o afirman que la Rambla es el paseo de la ciudad. Pero ninguno se toma en serio esta frase, este eslogan. Ojalá que los políticos actuales y futuros se tomen en serio la Rambla. Que los ciudadanos y ciudadanas de Barcelona no puedan decir lo que ahora dicen: “La primera vez que vas a la Rambla, flipas. Después, si puedes, la evitas.”
Amics de la Rambla: suerte y que los políticos municipales actuales y futuros os ayuden a recuperar o crear lo que muchos barceloneses esperamos: un nuevo barrio en Ciutat Vella llamado Rambla. Un nuevo barrio habitado y no sólo utilizado.
Gracias y mi más sincera enhorabuena a los nuevos Ramblistes d’Honor.
Arturo San Agustin